viernes, 23 de noviembre de 2012

Publicado por el semanario EL NUEVO GLOBO de Bahía de caráquez









Vicente Nevárez Rojas

 

Me quedo en el tercer mundo

Es posible que el clisé  “tercer mundo” a estas alturas del camino sea de lo más familiar y, lejos de ofender, sea una simple y fácil clasificación para entender quién es rico y quien es pobre en este mundo. Lo cierto es que a alguien se le ocurrió hablar de los olvidados (Alfred Sauvy), a comienzos de la “guerra fría”, como un llamado de atención de que el planeta estaba habitado, en otras latitudes, por seres humanos dignos y valiosos que fueron despojados de sus riquezas, justamente, por los que ahora son, en buena medida, responsables de la inequidad en la que viven.
El término “tercer mundo”, en un primer instante, no fue peyorativo; simplemente después de la Segunda Guerra entre dos grupos con sus respectivos países aliados (Conocida como Segunda Guerra Mundial), aparecen los bloques occidental y oriental como “dos mundos enfrentados” -no numerados- en el que no cupieron buena parte de los europeos por no tener nada que ver en ese enfrentamiento.
Terminada la “guerra fría” y, luego de la desaparición del muro de Berlín, quedo denotado la presencia de un “primer mundo” conformado por naciones desarrolladas, industrializadas y capitalistas con un vigoroso PIB per cápita que, en buen romance, nunca ha sido un indicador de bienestar social equitativo.
Europeos, asiáticos y luego los latinoamericanos no tuvieron ningún problema en calificarse a sí mismo como pertenecientes al “tercer mundo” en virtud de no estar alineados respecto de los pactos de Varsovia y OTAN.
Pero la región latinoamericana con una base económica agraria y exportadora de materia prima, se volvió dependiente de las naciones industrializadas que nos causaba una descapitalización constante, peligrosa e irreversible al ser consumidores de productos primariamente nuestros, pero puestos en valor por el dueño de la maquinaria industrial.
La expansión mundial de las empresas monopólicas, en desmedro de los países en vías de desarrollo es, y ha sido, un atavismo que se origina más que, por un interés económico, por una ambición política de poder en manos de las clases dominantes. El desarrollo de los pueblos y una bien estructurada democracia, irán limitando su crecimiento hasta su extinción.
Y aunque el aludido término siga siendo nuestro calificativo, se reviste de otra connotación en correspondencia a los tiempos que corren, al menos en América Latina, en virtud de haber superado industrialmente, y por mucho, a algunos países desarrollados, además, del cambio a una matriz económica que reivindica derechos de los individuos en el ámbito de sus realidades urbanas y rurales.
Pobrezas extremas -en número nada despreciable- como las que exhibe los Estados Unidos y bancarrota europea obligan a revisar definiciones respectos de los mundos que hemos mencionado. Hay quienes creen que es obsoleto seguir con una clasificación que ya no tiene cabida porque es un arcaísmo que sólo describe una situación internacional de poder y estructura que existía terminada la Segunda Guerra.
El atraso social y económico que siempre nos endilgó la patria de los ricos, es el fantasma que ronda sus gobiernos. El alto grado de desarrollo humano del que disfrutaban y “robustas democracias” de las que siempre se ufanaron, se desvanecen en alguno de ellos, y el sueño americano y europeo, entonces, se devuelve a sus orígenes.
La incapacidad de un Banco Central Europeo para prevenir una crisis que se veía venir junto al descalabro norteamericano, dibujó de cuerpo entero al “sistema capitalista” y, puso a la orden del día, la agresión, humillación y ultraje al ser humano. Con un escenario así, me quedo en el “tercer mundo”.
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