Vicente Nevárez
Rojas
Burócratas y amigos

El marco teórico
de una norma o ley debe responder a las reales circunstancias de manera que, el
funcionario público, sino comprometido, se obligue asumir con idoneidad su
accionar. La herramienta informática en buena medida ha logrado un avance
sustancial en este aspecto, pero no es suficiente, porque así como para cada
mal se crea un remedio, detrás de cada buena acción suele haber una sombra
perversa.
El servidor público
-en teoría- debe asumir un compromiso consigo mismo; empoderarse de su rectitud
en el cumplimiento de sus funciones. Su preferencia política, bajo ninguna
circunstancia, deberá propiciar el incumplimiento de sus responsabilidades, como
sucede -se estima- con el servidor que
trabaja integrado a instituciones privadas dedicadas a la agenda pública, como bancos,
telefónicas, clínicas, aerolíneas, etc.
La falta de
sentido de pertenencia del burócrata con su patrono -el Estado- es una de las
más comunes causas de apatía o displicencia en el desempeño de labores que, se
constituyen en grave, si añade sentimientos de animadversión al gobierno de
turno; se vuelve indolente y pernicioso en orden a destruir la confianza pública
y, peor aún, si usufructúan de su puesto delinquiendo sin importar el daño que
puedan causar.
Cabe posiblemente
una tarea a profundidad que comprometa al servidor público, consciente de su
responsabilidad social, en la construcción de una cultura ética a partir de
valores y principios denotados en el cumplimiento de sus labores.
Pero lo más
preocupante -de incumbencia gubernamental- es el escogimiento de ciudadanos a
los cargos de libre remoción de responsabilidad media -como técnicos y asesores
afines- que de discrepar con la filosofía de gestión se corre el riesgo
-eventualmente- de convivir, sin percibir, con polillas ocultas que pueden
causar más de una carcoma como lo sucedido -posiblemente- en el Directorio del
Banco Cofiec, referido, a la sustracción de información.
Hay entonces, en
algunos casos, responsabilidad compartida entre funcionarios de alta jerarquía
y los burócratas auxiliares designados de buena fe por los primeros que, los
debe llevar, en el futuro inmediato, a revisar sus cuadros de asistentes y elegir
a quienes son más que amigos, mujeres y hombres en armonía con los enunciados
del Movimiento País y su Revolución Ciudadana. En un país mayoritariamente en
comunión con su presidente, lo coherente y fundamental siempre será, conciliar:
aptitud, compromiso y coincidencia de intereses.
No dejará de ser
saludable estar curado de funcionarios que, dentro de las circunstancias anotadas
-sin menosprecio a su desempeño- exterioricen, no obstante, juicio de valor
disonante con los postulados del gobierno.
Que un equipo de
trabajo sea consonante respecto de su extracción académica, social o de barrio,
no debería tener mayor significación si se está unido por la concepción
ideológica para servir a su Patria, con la sola observación: evitar crear un
círculo recurrente donde no tienen cabida los otros; aquellos que fuera de éste
tienen, no menos profesionalismo, mismos ideales y anhelos como para confiar y
garantizar, también, el éxito del presente proceso. Después de todo, el Ecuador
es de todos y de todas, como bien remarca el presidente.
En el amor como
en la amistad más pura, no siempre tienen cabida los credos, ni es, algunas
veces, condición de buen amigo, condición de buen vino.
Por lo demás, por
encima de los afectos o desafectos que las proposiciones del presidente Correa
generen, lo rescatable es advertir la presencia de un gobierno -definido por
él- con la tónica de un manejo sobre la base de trabajar en equipo que, además
de identificarse con objetivos y metas acordadas, comparte valores y principios
mínimos en correspondencia con las expectativas creadas en una comunidad que
espera se cumpla con lo ofrecido.
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