Vicente Nevárez Rojas
No hay de qué preocuparse, señor presidente…
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Cuando
la mala fe se apodera de los ignorantes, se agota toda esperanza de
entendimiento. Se habrá pasado el umbral que lleva al desajuste cognitivo. Sólo
falta que se declaren taoístas para tomar distancia con lo moral o lo amoral y,
tener, entonces, el marco que les permita moverse como pez en el agua.
Sólo es mi afán
de explicarme comportamientos de tan singulares actores, porque el taoísmo, en
el contexto filosófico de su doctrina, asume lo bueno y lo malo, lo perfecto y
lo imperfecto, lo moral y lo amoral, como referentes, según sean, o se den los
hechos, sin considerar beneficios.
La criolla y folclórica
oposición ecuatoriana se pertrecha de falsedades para pervertir la decencia que
es norma a cuidar del buen vivir. Sin argumentos, crea escenarios irreales, retacea
la verdad de los hechos y acumula odio para verter su veneno al menor aviso que
ponga en riesgo sus insanos intereses.
Es posible que
su supina ignorancia sea la razón que los lleve al degradante ejercicio de la
injuria y la calumnia que no les permite percatarse del cometimiento del delito
al que, irremediablemente, quedarán imputados.
Desinformados petulantes,
ridículos y chiflados, y uno que otro tonto útil, con desatinadas posturas y
despropósitos inmundos, pero creativos facinerosos a la hora de lanzar sus
dardos.
Desaprensivos
apresurados con criterios sostenidos en su maldad, que a fuerza de querer
entender a su “salsa y sabor” el derecho a la libertad de expresión, se inventa
un sofisma: “la obligación a expresarse”, inducidos por la rabieta que les
ocasiona una disposición presidencial. Tal sofisma, además de ser una
aberración, es una contradicción constitucional que vulnera, justamente, ese
derecho, de respeto irrestricto, por encima de cualquier política pública de
comunicación.
Entrevistadores
permisivos y entrevistados acólitos de éstos, es el escenario propicio en
algunos “medios sesgadamente independientes” para ofender de manera vulgar y
ruin a quienes no están en su orilla.
“En muchísimas
ocasiones, de forma abierta o solapada, consciente o inconsciente, se pretende
hacer pasar por información lo que es una mera opinión, y el daño y la
confusión están servidos. Cualquier pretendida autoridad, individual o
mediática, que hacen pasar por información la mera opinión, están causando un
importante daño, porque los posibles receptores de dicha mal llamada
información se convierten a su vez en agentes activos de transmisión, y el
efecto multiplicador puede conducir a una suerte de engaño colectivo”. (De todo
un poco…)
Cuando usted
supo, señor presidente, definir a la oposición política y mediática como
amorales, pude entender porque sus representantes -llámense líderes o
periodistas- se exponen al ridículo, día a día, a sabiendas que son desmentidos
“a la vuelta de la esquina”. Pues, sin preceptos morales, pero con una bien definida mala intención, arremeten
con todo su arsenal; pero armas antiguas para combatir en tiempos modernos, no
hacen daño.
Políticos
nostálgicos y melancólicos olvidaron renovar su armamento, y a falta de
recursos para poder hacerlo, insisten en los mismos esquemas. Unos usan la
diatriba, mientras otros, mitómanos compulsivos, acuden al pasado, y no faltan
los que, en falsa inspiración, ofrecen un Ecuador “más mejor”. Se evidencia, a
todas luces, tal carencia de propuestas que, si tuviéramos que hacer gala de slogans
y consignas en un concurso abierto, seguro ganaríamos el primer lugar.
El Ecuador que
queríamos está siendo posible, tan posible, que la obra social emprendida por
su gobierno no tiene parangón en la historia de este país.
Debo reiterar lo
que ya he manifestado: las mejoras sociales -de este gobierno- se sostienen en
una concepción creativa y novedosa ajustada a formalidades técnicamente
modernas y perdurables en el tiempo como concepto funcional constante. Es por
tanto, irreversible.
No olvide usted,
señor presidente, que para poder discutir con un ignorante, habría que hacerlo
bajar del burro sobre el que está montado, pero como nunca se bajará, nunca se
rendirá. Se sentirá por tanto vencedor mientras haya quienes lo confirmen, porque un
tonto igual que un ignorante, siempre encuentra otro más tonto e ignorante que
le admire, por eso, no hay de qué preocuparse.
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