sábado, 25 de agosto de 2012

Publicado por el semanario EL NUEVO GLOBO de Bahía de Caráquez
















Vicente Nevárez Rojas

De la verdad a los argumentos


La perspicuidad es un don propio de aquellos que expresan sus ideas y principios sobre una base consistente y fundamentada en la razón como contenido de una verdad que, puede admitir a otras, para referirse a un hecho o circunstancia que desnude una realidad.
Pero hay argumentos que se esgrimen como prueba para justificar algo como acción lógica en lo jurídico, filosófico, político o algún punto de vista de la vida cotidiana. Su validez, en muchos casos, guarda estrecha relación con el grado de interés de los interlocutores acostumbrados a una retórica que parece no falsear la verdad; tienen la medida de una autoestima y ansiedad que se robustece a la hora de esperar ser persuadidos.
A falta de argumentos, hay quienes se inclinan por una comunicación que, toma en cuenta a la emotividad, más que al conocimiento que se mezcla con el interés de una acción dirigida a fines determinados.
Es más o menos en este marco que trato de entender expresiones y acciones de políticos y de algunos medios de comunicación que, estropeando realidades soportadas en acontecimientos que recoge la historia cercana, nos quieren sorprender cual si fuéramos embelesados espectadores de algo desconocido.
Si en verdad no comparto con ciertas formas y maneras de responder a un detractor, no dejo de considerar la necesidad de no permitir, bajo ningún concepto, el que se pase por alto una mentira por inapreciable que parezca; la ruindad que ésta procura, puede esconder un daño irreparable.
Se dijo en un auditorio que recién a los 5 años se acordaban de los pobres que, cobra sentido para quienes, abstraídos en el negocio de la banca y de grandes empresas -que ahora eufemísticamente se autodenominan “emprendedores”- ajenos a una realidad que no ha sido parte de su cotidianidad, no se percataron, peor se informaron –si es que no hay perversidad oculta- de un gobierno que desde sus inicios puso por delante su compromiso de acabar con esa realidad pretérita llamada pobreza.
No merece mayor comentario alocuciones o discursos que sólo tienen como fin lograr por simpatía, adhesiones sin importar su contenido, como tampoco se debería dar pábulo a publicaciones mediáticas acompañadas de encono que, no midiendo consecuencias, se atropellan principios constitucionales, que han sido acordados soberanamente.
Y muy al contrario de lo que juzgan los cursilones adueñados de una falsa decencia, debemos asistir a nuestros hijos enseñándoles a distinguir lo bueno de lo malo; lo honesto de lo facineroso; la verdad de la mentira; la excelencia de la mediocridad; la virtud de la concupiscencia; lo digno de lo ruin y la basura de la higiene, entre otras comparaciones útiles para adjetivar con propiedad cosas y personas que se lo merezcan.
En cierta ocasión, Diógenes –filósofo griego- mientras buscaba confraternizar con otros hombres, se le acercaron algunas personas a las que, las escupió y les dijo: “he dicho hombres, no basura”. ¿Les recuerda algo?
“Hoy, como ayer, estamos más preocupados por la imagen, por las apariencias, que por el modo de ser y por la verdad sobre nosotros mismos”. (Diógenes)
Artículos sobre turismo del mismo autor haciendo clic en: turismo y recreación

viernes, 17 de agosto de 2012

Publicado por el semanario EL NUEVO GLOBO de Bahía de Caráquez














Vicente Nevárez Rojas

A propósito de firmas, derrotados y mediocres en decadencia
Los últimos acontecimientos referidos a firmas de auspicio a movimientos y partidos políticos, declaraciones estentóreas de políticos nostálgicos y otros desvaídos persistentes, en un marco de podredumbre, me lleva a rememorar las sentencias de Ingenieros que con su acostumbrado estilo develaba los espíritus ocultos de los mediocres que, teniendo más de ignorantes que de maldicientes, no son menos peligrosos por eso.

La maledicencia (Fragmentos)                           Por: José Ingenieros

Si se limitaran a vegetar, agobiados como cariátides bajo el peso de sus atributos, los hombres sin ideales escaparían a la reprobación y a la alabanza. Circunscritos a su órbita, serían tan respetables como los demás objetos que nos rodean. No hay culpa en nacer sin dotes excepcionales; no podría exigírseles que treparan las cuestas riscosas por donde ascienden los ingenios preclaros. Merecerían la indulgencia de los espíritus privilegiados, que no la rehúsan a los imbéciles inofensivos. Estos últimos, con ser más indigentes, pueden justificarse ante un optimismo risueño: zurdos en todo, rompen el tedio y hacen parecer la vida menos larga, divirtiendo a los ingeniosos y ayudándolos a andar el camino. Son buenos compañeros y depositan el., bazo durante la marcha: habría que agradecerles los servicios que prestan sin sospecharlo.
Los mediocres, lo mismo que los imbéciles, serían acreedores a esa amable tolerancia mientras se mantuvieran a la capa; cuando renuncian a imponer sus rutinas son sencillos ejemplares del rebaño humano, siempre dispuestos a ofrecer su lana a los pastores. Desgraciadamente, suelen olvidar su inferior jerarquía y pretenden tocar la zampoña, con la irrisoria pretensión de sus desafinamientos.
Tórnanse entonces peligrosos y nocivos. Detestan a los que no pueden igualar, como si con sólo existir los ofendieran. Sin alas para elevarse hasta ellos, deciden rebajarlos: la exigüidad del propio valimiento les induce a roer el mérito ajeno. Clavan sus dientes en toda reputación que les humilla, sin sospechar que nunca es más vil la conducta humana. Basta ese rasgo para distinguir al doméstico del digno, al ignorante del sabio, al hipócrita del virtuoso, al villano del gentilhombre.
Los lacayos pueden hozar en la fama; los hombres excelentes no saben envenenar la vida ajena.
…El maldiciente, cobarde entre todos los envenenadores, está seguro de la impunidad; por eso es despreciable. No afirma, pero insinúa; llega hasta desmentir imputaciones que nadie hace, contando con la irresponsabilidad de hacerlas en esa forma. Miente con espontaneidad, como respira. Sabe seleccionar lo que converge a la detracción.
Dice distraídamente todo el mal de que no está seguro y calla con prudencia todo el bien que sabe. No respeta las virtudes íntimas ni los secretos del hogar, nada; inyecta la gota de ponzoña que asoma como una irrupción en sus labios irritados, hasta que por toda la boca, hecha una pústula, el interlocutor espera ver salir, en vez de lengua, un estilete.
…Nada teme el maldiciente al sembrar sus añagazas de esterquilinio; sabe que tiene a su espalda un innumerable jabardillo de cómplices, regocijados cada vez que un espíritu omiso los confabula contra una estrella.
…Las lenguas más acibaradas son las de aquellos que tienen menos autoridad moral, como enseña Moliére desde la primera escena de “Tartufo”:
“Aquellos en quienes la conducta se presta más a risa, son siempre los primeros en hablar mal de los demás”. 
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Publicado por el semanario EL NUEVO GLOBO de Bahía de Caráquez



 













Vicente Nevárez Rojas

Cantaletas y sonsonetes


No hace mucho escribí sobre el estado de precariedad laboral para sostener que la valoración del esfuerzo realizado por un ser humano no se corresponde con el valor del conjunto de bienes necesarios para su existencia, visto desde la perspectiva del capital o del esquema empresarial que históricamente ha sido el marco de desarrollo social de la comunidad latinoamericana, para ponerlo en un ámbito razonablemente comprensible.
No hay duda que somos herederos de un sistema social y económico inequitativo al amparo de políticas contemplativas en desmedro de la clase trabajadora, en el que, los medios de producción no han cumplido su rol en el marco de las expectativas sociales, sin que por esto, tengan que descuidar sus intereses. He aquí la esencia misma de la equidad, dando a cada quien lo que se merece.
Como acertadamente dice Eduardo Galeano: “La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial”.
Pero en este ejercicio, no faltan los que –empresarios privados y otros apegados- creyendo manejar un principio, no creen -ni desde lejos- que deban identificarse con este gobierno, cantaleta que es una aberración tan acentuada, como tomar distancia con la empresa privada sólo  por pertenecer al círculo del “poder económico”. Ni lo uno, ni lo otro. El recurso actual de la informática es la herramienta que nos permite avanzar con objetividad, detectando los males y rescatando lo estrictamente necesario. Es poner orden, donde no lo había, para beneficio de todos.
Es posible que al situar las piezas en su lugar se causen molestias, pero jamás perjuicios, a no ser que, se perturben actividades que no van alineadas con el bienestar de todos, o porque hay empresas acostumbradas a eludir el pago de impuestos, por ejemplo, de ahí que, resulta desatinado oponerse a una política reguladora que opera para sustituir la anarquía del consumo por otro selectivo en función de lo que realmente nos hace falta.
Una regularización deja al descubierto ofertas de servicios privados que se están quedando por debajo de los públicos como  aquellos de salud que permanentemente escamotean cobertura frente a cualquier pretexto, configurando así una suerte de engaño tal, como es el reclamo a una de estas aseguradoras que he llegado a conocer. De confirmarse, será materia de un posterior comentario y análisis.
No es casualidad -pese al sonsonete de que antes todo era más barato- que la experiencia ecuatoriana -con este gobierno- dé cuenta de un crecimiento en ventas del sector empresarial por encima de la media latinoamericana, considerando aun, el fatídico año 2009, crecimiento que tiene una estrecha relación con la mejora económica y social de los ecuatorianos como consecuencia, entre otros factores, de la baja sustancial del desempleo, subempleo y disminución de la pobreza.*
La pobreza es el primer enemigo del consumo –etapa final del proceso económico- que es a donde debe mirar la empresa privada. Una clase trabajadora bien remunerada fortalece la economía y privilegia el consumo que es un círculo recurrente que se debería tener presente.
Un sistema económico saludable será posible si la clase trabajadora y la empresarial  se alejan del antagonismo para pasar a ser conscientes solidarios sin descuidar sus intereses; saberse complementarios sin menoscabo de unos y de otros.
Quizás sea recomendable instrumentar una cultura de consumo que evite el consumismo que empobrece y ocurre por una información sesgada, pero muy bien publicitada que no da espacio para el análisis de lo que debemos comprar.
*Tomado de las revistas Vistazo y América Economía entre 500 empresas de Ecuador y 500 de Latinoamérica.


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