Vicente Nevárez Rojas
El G20, los pobres, la fuerza laboral y la revolución ciudadana

Es que la
pobreza es, para quienes no la viven -y, menos aún, la entienden- el mejor
instrumento de explotación en beneficio de aquellos mezquinos espíritus de
horizontes reducidos que no mira más allá de su bienestar, donde, para ellos, todo
está en orden, bien articulado y no hace falta nada; sin embargo, detrás de ese
horizonte están los propietarios apenas de sus vidas que, irónicamente, son el
andamiaje de sus fortunas.
La ignorancia
otorgada, perversamente, a los “explotados” e irracionalmente atribuida a los
pobres es, así mismo, el más fuerte argumento para tratarlos con menosprecio; no
se le concede –al pobre- otro beneficio que no sea el de ocupar un espacio
donde puedan ofrecer su fuerza laboral, física o mental.
Los privilegios
económicos, de unos sobre otros –en muchos casos- es el resultado de la
explotación del trabajo remunerado por debajo de un salario que no cumple, ni
se constituye, como elemento indispensable para la conservación del individuo
que, dicho de otra manera, es inferior al trabajo no pagado y oculto que
produce la plusvalía interpretada como ganancia, renta, interés, etc.
¿Por qué si lamentamos
y mal nos referimos de la ignorancia, se persiste en dar empleo a quienes,
supuestamente, deambulan en ese mundo? ¿Cómo es que no se solicitan los
servicios de aquellos escolarmente preparados? La respuesta es simple: con
independencia del grado de escolaridad que tenga la persona a emplearse, igual
produce –en múltiples actividades- lo que haya que producir, sin que sea
necesario que sepa leer y escribir; sólo que, el así agraviado, si fuere el
caso, es –para la empresa- el pábulo indispensable de subsistencia, cosa que el
empresario y los “suyos”, difícilmente conseguirían. En el Diccionario de
Economía Política de Borísov, Zhamin y Makárova se asegura que, “el capital instala una máquina
únicamente si su valor es menor que el de la fuerza de trabajo que la maquina
sustituye”.
Hay un círculo recurrente
que históricamente ha sido norma favorable al capital: el pobre no estudia o no
se prepara por falta de recursos y, no los tiene, porque no se prepara o
estudia. Y visto así el esquema social, se robustece el estado de precariedad
laboral en donde la valoración del esfuerzo realizado por un ser humano no se
corresponde con el valor del conjunto de bienes necesarios para su existencia.
Karl Marx
develaba que toda ganancia o plusvalía, -consecuencia del trabajo mal remunerado-
es la “la expresión exacta del grado de explotación del trabajador por el
capitalista”, y aunque no faltarán los que tilden de dogmáticas estas
declaraciones, es una realidad tan elocuente que no habría como entender porque
-en un medio de producción- los que menos ganan son más y, los que,
usufructúan, “al final de la jornada”, son menos.
La Revolución
Ciudadana, en un proceder histórico, confronta como nunca antes, los dos
componentes omnipresentes del salario: la energía humana y la productividad, de
suerte que, se aborde con responsabilidad la paga de la fuerza laboral en
sintonía con la realidad social y económica de la comunidad ecuatoriana. El
salario digno mensual privilegia la familia, como el ámbito al que se concederá
mayor atención, en un esfuerzo por satisfacer las necesidades de cada preceptor
del hogar y, no, como erróneamente se había considerado el ingreso de cada
trabajador.
Acaso sea necesario
advertir que uno de los obstáculos más visibles que impide el crecimiento de
los pueblos latinoamericanos es la desatención al ser humano por pate del
aparato productivo que no le confiere, en su real dimensión, la importancia que
le corresponde como el componente esencial e imprescindible, sin el cual, no
operaría.
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