martes, 3 de julio de 2012

Publicado por el semanario “El Nuevo Globo” de Bahía de Caráquez Sábado 30 de junio del 2012











Vicente Nevárez Rojas


El G20, los pobres, la fuerza laboral y la revolución ciudadana
En un conversatorio organizado por la Comisión de Formación, arte y cultura de la Coalición Sudcaliforniana frente al G 20, se dijo con dureza que, “los ricos se acuerdan de la pobreza sólo cuando ven en ella una revolución potencial…que ya llevamos más de 200 años de capitalismo mundial y ésta sigue creciendo con cifras reveladoras y aterradoras”.
Es que la pobreza es, para quienes no la viven -y, menos aún, la entienden- el mejor instrumento de explotación en beneficio de aquellos mezquinos espíritus de horizontes reducidos que no mira más allá de su bienestar, donde, para ellos, todo está en orden, bien articulado y no hace falta nada; sin embargo, detrás de ese horizonte están los propietarios apenas de sus vidas que, irónicamente, son el andamiaje de sus fortunas.
La ignorancia otorgada, perversamente, a los “explotados” e irracionalmente atribuida a los pobres es, así mismo, el más fuerte argumento para tratarlos con menosprecio; no se le concede –al pobre- otro beneficio que no sea el de ocupar un espacio donde puedan ofrecer su fuerza laboral, física o mental.
Los privilegios económicos, de unos sobre otros –en muchos casos- es el resultado de la explotación del trabajo remunerado por debajo de un salario que no cumple, ni se constituye, como elemento indispensable para la conservación del individuo que, dicho de otra manera, es inferior al trabajo no pagado y oculto que produce la plusvalía interpretada como ganancia, renta, interés, etc. 
¿Por qué si lamentamos y mal nos referimos de la ignorancia, se persiste en dar empleo a quienes, supuestamente, deambulan en ese mundo? ¿Cómo es que no se solicitan los servicios de aquellos escolarmente preparados? La respuesta es simple: con independencia del grado de escolaridad que tenga la persona a emplearse, igual produce –en múltiples actividades- lo que haya que producir, sin que sea necesario que sepa leer y escribir; sólo que, el así agraviado, si fuere el caso, es –para la empresa- el pábulo indispensable de subsistencia, cosa que el empresario y los “suyos”, difícilmente conseguirían. En el Diccionario de Economía Política de Borísov, Zhamin y Makárova se asegura que, “el capital instala una máquina únicamente si su valor es menor que el de la fuerza de trabajo que la maquina sustituye”.
Hay un círculo recurrente que históricamente ha sido norma favorable al capital: el pobre no estudia o no se prepara por falta de recursos y, no los tiene, porque no se prepara o estudia. Y visto así el esquema social, se robustece el estado de precariedad laboral en donde la valoración del esfuerzo realizado por un ser humano no se corresponde con el valor del conjunto de bienes necesarios para su existencia.
Karl Marx develaba que toda ganancia o plusvalía, -consecuencia del trabajo mal remunerado- es la “la expresión exacta del grado de explotación del trabajador por el capitalista”, y aunque no faltarán los que tilden de dogmáticas estas declaraciones, es una realidad tan elocuente que no habría como entender porque -en un medio de producción- los que menos ganan son más y, los que, usufructúan, “al final de la jornada”, son menos.
La Revolución Ciudadana, en un proceder histórico, confronta como nunca antes, los dos componentes omnipresentes del salario: la energía humana y la productividad, de suerte que, se aborde con responsabilidad la paga de la fuerza laboral en sintonía con la realidad social y económica de la comunidad ecuatoriana. El salario digno mensual privilegia la familia, como el ámbito al que se concederá mayor atención, en un esfuerzo por satisfacer las necesidades de cada preceptor del hogar y, no, como erróneamente se había considerado el ingreso de cada trabajador.
Acaso sea necesario advertir que uno de los obstáculos más visibles que impide el crecimiento de los pueblos latinoamericanos es la desatención al ser humano por pate del aparato productivo que no le confiere, en su real dimensión, la importancia que le corresponde como el componente esencial e imprescindible, sin el cual, no operaría.
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