martes, 10 de julio de 2012

Publicado por el semanario “El Nuevo Globo” de Bahía de Caráquez Sábado 30 de junio del 2012



 






 




Vicente Nevárez Rojas

De la derecha diestra a la izquierda siniestra

Un entrañable amigo de toda la vida, al tiempo que se alegraba por mi postura vinculada a los procesos de transformación social, me hacía notar –desde su punto de vista- que no todo aquel que se proclama revolucionario realmente lo es; que era importante crear un espacio de análisis al respecto.
El escritor, periodista y docente latinoamericano, Marcelo Colussi, en un extenso trabajo sobre cómo definir a un revolucionario manifiesta que, nadie a nivel individual, es en sí mismo un revolucionario; que las revoluciones van más allá de los individuos, no trascienden. Los seres humanos individuales, en todo caso, podemos estar más o menos a la altura de las circunstancias, y actuar más o menos acorde con un clima revolucionario, pero tal vez es imposible decir quién, cuándo y cómo comienza a ser “revolucionario”.
Y concluye: …si de algo se trata en esta titánica y fabulosa tarea que es inventar una sociedad nueva a la que llamamos socialismo, es poder llegar a tomarse en serio que sólo habrá real igualdad cuando, como dijo Gabriel García Márquez, “ningún ser humano tenga derecho a mirar desde arriba a otro, a no ser que sea para ayudarlo a levantarse.”
Pero distingamos a los que caben en esta visión, de aquellos frustrados personajes perdidos en el umbral de las ideologías que, siendo así, recurren a pintorrear su lienzo colocado en marco ajeno.
Don Gustavo Larrea, precandidato presidencial, ofrece devolver los puestos de trabajo a quienes fueron separados bajo el esquema de renuncias voluntarias, pero no dice que hacer para resolver algunos de esos casos, cuyos puestos fueron necesariamente reemplazados, a no ser que, se aplique la misma fórmula que el señor Larrea deplora.
A veces, como resultado de un resentimiento, generalizamos todo; terminamos viendo como malo o repudiable lo que en algún momento se compartió y, bien sabemos, que cada acción que se toma, por individual que parezca, obedece al bien común. La experiencia habida que produce un resentimiento debería estar sólo referida a los aspectos de esa relación, es lo noble.
Con un discurso que más parece un sonsonete, hay quienes hablan de una vida homologada a esa legión de esforzados ecuatorianos que apenas subsisten con su trabajo, en tanto se refieren –solapadamente- a la gran empresa, con eufemismos, para fijar el consabido clisé de que el crecimiento sólo se da cuando ésta es protagonista de la economía, no el gobierno.
Edvard Munch en 1893 dijo que “no se pinta por el deseo de pintar…o con la intención de pintar una historia… Yo que fui a Paris lleno de curiosidad por ver el salón y que estaba dispuesto a dejarme llevar por el entusiasmo, lo que sentí fue sólo repugnancia” (Fragmento)
No hay duda que la oposición ofrece un panorama desolador, sin iniciativas y sin argumentos, otros que no sean, -a su manera- los mismos que han hecho posibles –en este gobierno- poner en marcha un vasto programa social, y la consideración constitucional de que ecuatorianos sin distinción de género, raza, con discapacidad o nacionalidad, accedan a la administración pública en el ámbito nacional e internacional.
Desde la derecha diestra a la izquierda siniestra existe un amplio horizonte que ocupa la mentira como ideología del poder, una suerte de modelo maquiavélico/mefistofélico que circula acompañada de la mentira financiera y, sobre todo, mediática. Siempre será una ruindad que aspiren al poder sobre la base de cualquier disparate.

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