Vicente Nevárez Rojas
Horacio, el más grande activista cultural manabita

Horacio en su
continuo esfuerzo por conocer y comprometerse con la realidad de su tierra y
sus circunstancias, imaginó caminos de ideales en un arriesgado pensar en su
futuro que, su pluma al calor de ese hermoso privilegio de lenguaje figurado
–reservado para grandes poetas- nos entrega y, se cumple por tanto, lo que
afirma Paz, en revelación de Tatiana -su hija- en el “trabajo introductorio a
las Obras Completas, Antología Poética, de Horacio Hidrovo Peñaherrera”:
“Ahora el poeta busca refugió en un punto
donde es imposible la sintaxis de la modernidad literaria, Sasay. Allí sólo hay
sitio para un lenguaje distinto, propio, alternativo, liberador, hecho a la
medida para nombrar un lugar periférico, mágico pero al fin real. Coroliano no
existe, pero se lo puede ver en los últimos versos del poeta que cree en los
duendes del cañaveral y ha visto hablar en castellano versificado a las
culebras. Esa poesía no sería posible en el mundo cosmopolita; sólo en un lugar
recóndito de América Latina”.
Por su parte
Rubén Astudillo, en su momento dijo: “Es un poeta joven. El más joven de Manabí
y uno de los más jóvenes y más promisorios de la Patria. Se halla en búsqueda
de camino. Está robusteciendo la garganta y los sueños, para el mensaje que
habremos de decir mañana. No es todavía –ni estaría bien pensarlo – un poeta
maduro. Pero los signos logrados en la obra que nos ha brindado testimonian
–como Juan – el formidable empuje vocacional que mueve a Horacio Jr., y dan
para esperar confiados , en la hora de la realización total de este buen
decidor de los casos del Hombre… de la tierra y de la esperanza”.
Medardo Mora
Solórzano supo definir a Horacio Hidrovo como un hombre que “paseó sus
virtualidades sin reverencias y con un claro sentido de lo que significa
realmente vivir, por eso no se siente deudor de nada ni de nadie, su
personalidad no le permite columpiarse entre acomodos y falsas posturas, es
simplemente el gran poeta y una insignia cultural de Manabí”, y añade con gran
acierto que, para los que saben valorar lo que realmente tiene trascendencia,
es el más grande activista cultural del Ecuador.
Se ha ido
Horacio a su retiro inmortal y, por eso, no se aleja; siempre estará presente con
su poesía eterna y universal que trata temas comunes a todo ser humano, de
aquellos que nutren el alma de sosiego y de esperanza, que nos hace soñar y
descubrir mañanas de días más soleados, de noches de amor en la campiña a
orillas de algún riachuelo o en una playa lejana de la costa de su bello Manabí.
Dijo tantas
cosas en versos, en prosa poética, en novelas, en narrativas y en ensayos que bien
podemos pasar la vida escudriñando sus obras; reflexionando en provecho de
nuestras vidas y de nuestro presente y futuro fortalecido por un pasado enriquecido
de valores que Horacio Hidrovo recuperara de las entrañas de la historia, de
aquella que con Alfaro cobra sentido.
A la distancia
fue el amigo de toda una vida al que conocí allá por los años cincuenta
mientras estudiaba en la Universidad Estatal de Guayaquil. Ocurrente singular y
dicharachero colmado de ese humor bueno y sano utilizado sabiamente, pero así
mismo, gentil, amable y generoso; de sencillez poco habitual en hombres de su
talla. Su irreverencia a las formalidades era su talante de autenticidad
inconfundible cuando había la ocasión de ser huésped de la “Casa de Horacio”. Siempre fui recibido con aprecio por él
y por sus hijos.
Paz en la tumba de Horacio en su tierra
que lo cubre de gloria.
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