
Vicente Nevárez Rojas
Las premoniciones de Pablo Lucio

Los desacuerdos que tengamos como
seres pensantes, respecto de acciones y maneras de gobernar, o entender el
servicio público, nunca han estado en discusión, y es en la medida de nuestras capacidades
que va a depender hacer notar los equívocos ajenos, pero siempre, con
argumentos libre de ponzoña, si es que no queremos perder objetividad.
Alguna vez, el articulista en
mención me manifestó -en un vuelo de avión que tal vez no recuerde- que la redistribución del FEIREP mentalizado
por el entonces Ministro de Economía Rafael Correa, estaba bien como actuación
para el aplauso, pero que en realidad era algo así como un desatino irresponsable
que nos podía llevar al aumento de un gasto público desmesurado del que
difícilmente pudiéramos recuperarnos.
Al no ser un experto en economía -soy
arquitecto- no respondí, ni contradije nada, sólo que, me quedó la sospecha de que
había, en esa “actuación”, -de Correa- una realidad que debía ser enfrentada,
no para los aplausos, sino, por llegar más lejos con la intención por encima de
cualquier tentación de gloria. Aquel comentario lo percibí como un apresurado
juicio de valor premonitor que, tenía como insumo, el tradicional y sesgado
manejo del Estado con las empresas transnacionales.
Desde entonces el doctor Paredes ha
dedicado buena parte de sus artículos de opinión a detractar al gobierno de la
Revolución Ciudadana que, en una tarea abarrotada de encono y maledicencia
discurre sin disimulo su animosidad ideológica,
al límite de un horizonte que recuerdan sentencias que, José Ingenieros, desvelador
de “el hombre mediocre”, escribiera:
“El envidioso activo posee una
elocuencia intrépida, disimulando con niágaras de palabras su estiptiquez de
ideas. Pretende sondar los abismos del espíritu ajeno, sin haber podido nunca
desenredar el propio. Parece tener mil lenguas, como el clásico monstruo
rabelesiano. Por todas ella destila su insidiosidad de viborezno en forma de
elogio reticente, pues la viscosidad urticante de su falso loar es el máximum
de su valentía moral. Se multiplica hasta lo infinito; tiene mil piernas y se
insinúa doquier; siembra la intriga entre sus propios cómplices, y, llegado el
caso, los traiciona. Sabiéndose de antemano repudiado por la gloria, se refugia
en esas academias donde los mediocres se empampanan de vanidad si alguna
inexplicable paternidad complica la quietud de su madurez estéril, podéis jurar
que su obra es fruto del esfuerzo ajeno. Y es cobarde para ser completo; se
arrastra ante los que turban sus noches con la aureola del ingenio luminoso. Se
sabe inferior; su vanidad sólo aspira a desquitarse con las frágiles
compensaciones de la zangamanga a ras de tierra”.
Y es concluyente cuando dice: “El
motivo de la envidia se confunde con el de la admiración, siendo ambas dos
aspectos de un mismo fenómeno”.
Por eso es posible que la valoración
que se dé a una cualquiera detracción, caiga en el plano de la subjetividad,
dado a que quien la hace aprecie a los demás, desde su molestia y concepto que
tiene de sí mismo, o camine extraviado, dejando oculto su homenaje a la excelencia.
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