Vicente Nevárez Rojas
Columnista
invitado
El concepto revolucionario

Durkheim, por su parte,
manifiesta que, siendo la historia irreversible, los fenómenos sociales no se
repiten jamás sin modificaciones; que no es posible por eso encadenar
mecánicamente los hechos sociales a toda previsión futura mirando al pasado
aunque exista un hecho análogo.
La Revolución Francesa, con todas
las contradicciones conceptuales de sus actores, perseguía por encima de todo
la abolición del sistema feudal por un Estado que proclama el más alto grado de
igualdad, fraternidad y libertad en el pueblo; la Rusa, que reivindicaba abolir
la propiedad y medios de producción en manos privadas en aras de una
repartición de la riqueza sin privilegios; y la “revolución española”, como se
la conoce, tiene como trasfondo político y sin que se derrama un solo hecho de
sangre, la terminación de la dinastía de los Borbones, en elecciones legales y
pacíficas en 1931. La suerte que siguió a esta revolución en 1936, de las más cortas
de la historia, no es materia del análisis presente.
Lo que es pertinente demostrar es
que inequívocamente las revoluciones tienen, a pesar de sus desigualdades, un
cometido común: “el cambio violento en las instituciones políticas, económicas
o sociales de una nación” (Diccionario esencial de la lengua española).
El doctor Rodrigo Borja Cevallos
-dilecto amigo de años y compañero de un sinnúmero de jornadas políticas- a
quien respeto y aprecio, habla de revolución en términos de lucha armada,
cuando esta es en realidad, por lo que vemos, una de las herramientas que hace
posible la toma del poder, pero no la única, al menos en los tiempos que
corren.
Los pueblos latinoamericanos
vivían, cincuenta años atrás, una democracia ficticia donde una minoría selectiva
elegía a sus mandatarios, realidad que llevaba a otra: la decisión de buscar el
poder mediante la lucha armada. Ernesto “Che” Guevara no eligió por casualidad
a Bolivia, lo hizo convencido de la impotencia de un pueblo, que en tales
circunstancias no tenía alternativa de llegar al poder que no fuera por la
fuerza.
Circunstancia que ha variado
sustancialmente en América Latina, que guarda relación con lo expresado por
Hegel y Durkheim; y es, en ese contexto, que revolución en Ecuador existe,
llámesela como se la llame. El cambio sustancial o revolucionario habido en
este país, con todas sus imperfecciones, queda evidenciado cuando el poder
fáctico se exacerba y se lanza a las más variadas aventuras que les devuelva el
manejo de sus intereses.
La lucha armada es un medio en
sí, como lo es el sufragio universal, porque el fin históricamente ha sido el
cambio profundo que entendemos por revolución.
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