viernes, 6 de abril de 2012

Publicado viernes 23-032012 por diario EL TELEGRAFO




 


















Vicente Nevárez Rojas

Entre dos Monumentos…

La autoridad asociada al poder del Estado es el manejo y administración de la cosa pública que, fundamenta su legitimidad en el cumplimiento del deber que la obliga a laborar por el bien común con escrupulosidad, ajustando sus actos a la razón.
Al poder le es imputable la responsabilidad política que se valora por el uso que un órgano o individuo hace de él en un sistema democrático. En este ámbito se consideran las implicaciones de impactos positivos o negativos de la gestión para casos concretos o de manera general.
Pero hay también la responsabilidad jurídica que da los límites a los que debe ceñirse el poder. No olvidemos que las normas jurídicas establecen deberes de conducta que prohíbe o permite lo que puede o no hacerse. Contradecirlas, sólo ocasiona reacción del derecho y de la sociedad contra quien las violenta.
No disimulo el esfuerzo que hago por discernir el dicroísmo –por decirlo de alguna manera- que percibo por obra y gracia de una autoridad municipal que sale al atajo asentando columnas en espacio prohibido, cuya forma nada dice, pero que abiertamente insinúa poder. Tal irreverencia al derecho e instituciones del Estado, sólo es el estilo del monumentalismo moderno, comparable con aquellos que la historia recoge, erigidos por cada conquista, para humillación de los sometidos
La diferencia que existe entre el monumento con el rostro de León Febres Cordero y las columnas asentadas, es la misma que hay entre lo indebido y lo prohibido, su punibilidad, es el desafío que se quiere enfrentar, y la visión que se tenga de este objeto simbólico dependerá, desafortunadamente, del aprecio o desprecio que inspire.
Tal desgaste de la autoridad en un tema que será por mucho tiempo controvertido, sólo consigue distraer a la ciudadanía de las reales preocupaciones del diario vivir, porque no se discute aquí la bondad o no de la obra pública, sino las agallas que se pueda tener para imponer su voluntad de lo que a su juicio es importante.
¿Es que acaso se acabaron las tareas propias de la gestión municipal?, o éstas, debidamente delineadas -como creo están- ¿poco aportan a una campaña política que se vecina? Es un ejercicio mental que cabría hacerse. ¿La controversia y el desacuerdo son acaso las únicas posibilidades de mercado para los contendientes? ¿En dónde queda la oferta sentida y necesaria que todos esperamos?
Determinadas situaciones producto del disenso, se convierten en actitudes negativas y autodestructivas, no obstante que, en apariencia, estén llenas de la mejor de las intenciones, sólo que no podemos permanecer sujetos a una irracionalidad, pudiendo salir de ella.
Una historia temprana tiene huellas a flor de los recuerdos e impregnados de grandeza o de abyección de unos y de otros; todo lucirá de acuerdo al color del cristal con que se mire.

Artículos sobre turismo del mismo autor haciendo clic en: turismo y recreación

Publicado 13-03-2012 por diario EL TELEGRAFO


















Vicente Nevárez Rojas

Monumentalismo patético

Poco creíble, pero cierto, y no sé si Guinness registre tan inimaginable iniciativa como la del Concejo guayaquileño que, con mayoría afecta al Alcalde, resuelve erigir el “Monumento a Odiadores de Guayaquil”.
Existe más de un ejemplo de monumentalismo en la historia de la humanidad porque el poder, para algunos, más que ejercerlo, hay que ostentarlo. Y, si bien es cierto, algunas de estas manifestaciones caen en el plano de lo sugestivo, no recuerdo algo insólito como proponer un monumento a odiadores de su misma ciudad, monumentalismo que rebasa toda posible imaginación de maledicencia patética.
No hay duda de que “unos son los apologistas del progreso y otros son los panegiristas de la decadencia”, al decir de Roberto Mac-Lean y Estenós. 
Pretender endilgar innoble sentimiento a otros solo traduce una experiencia habida y sentida por quien por eso, a lo mejor, tiene carcomida el alma; “en su encono se dimensiona su mente”, como bien sentencia José Ingenieros.
Si pudiéramos este hecho aplicarlo como norma del diario vivir, lo asumiríamos como normal, pero como no lo es, es sin duda alguna, patológico.
Si en verdad las autoridades se eligen en el juego democrático por mayoría, no es menos cierto que se obligan a responder por el bien de todos, con independencia de que su forma de gestión sea o no del agrado de quienes por ellas no votaron.
En nuestra región, que vive una saludable democracia, dudo que existan muestras de descaro en que una autoridad resuelva perjudicar a unos para complacencia de otros, de aquellos que son sus electores, si es que, en  hipotético caso, comulgaran con despropósitos semejantes.
Toda persona que posea un gramo de sentido común sabe que es injusto, por no decir inapropiado, atribuir culpabilidad a una parte de la comunidad o grupo social porque así cree un grupo de individuos que ostentan temporalmente alguna jerarquía.
Arrogarse facultades que conllevan propósitos poco felices, por decir lo menos, es no haber entendido la solemnidad del acto democrático que los ungió para favorecer a unos y a otros.
La testarudez es una torpeza propia de engreídos que creen tener firmeza, cuando en realidad tienen parálisis.
Es una pena y una vergüenza que tengamos que  presenciar, por derivación al deseo de exaltar la figura de León Febres-Cordero, actos y acciones que riñen contra dictados del buen vivir; de confraternizar en vez de dividir a manos de quienes tienen como apostolado dar bienestar.
Creo firmemente que para la gloria solo cuentan los hechos que se inspiran en un ideal. La victoria, cualquiera que sea, no va a depender del homenaje o detracción transitorios que se otorgue en un espacio y tiempo determinado, sino de la capacidad que tenga, determinado suceso, para perpetuarse en cumplimiento de sumisión. 
Artículos sobre turismo del mismo autor haciendo clic en: turismo y recreación

Publicado 31-01-2012 por diario EL TELEGRAFO




















Vicente Nevárez Rojas
Columnista invitado

El concepto revolucionario

Georg Wilhelm Friedrich Hegel sostenía que los pueblos y culturas cumplen un sacerdocio en la humanidad, y una vez cumplido y agotadas sus fuerzas, serán reemplazados por otros pueblos que realizarían las fases superiores de la idea.
Durkheim, por su parte, manifiesta que, siendo la historia irreversible, los fenómenos sociales no se repiten jamás sin modificaciones; que no es posible por eso encadenar mecánicamente los hechos sociales a toda previsión futura mirando al pasado aunque exista un hecho análogo.
La Revolución Francesa, con todas las contradicciones conceptuales de sus actores, perseguía por encima de todo la abolición del sistema feudal por un Estado que proclama el más alto grado de igualdad, fraternidad y libertad en el pueblo; la Rusa, que reivindicaba abolir la propiedad y medios de producción en manos privadas en aras de una repartición de la riqueza sin privilegios; y la “revolución española”, como se la conoce, tiene como trasfondo político y sin que se derrama un solo hecho de sangre, la terminación de la dinastía de los Borbones, en elecciones legales y pacíficas en 1931. La suerte que siguió a esta revolución en 1936, de las más cortas de la historia, no es materia del análisis presente.
Lo que es pertinente demostrar es que inequívocamente las revoluciones tienen, a pesar de sus desigualdades, un cometido común: “el cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación” (Diccionario esencial de la lengua española).
El doctor Rodrigo Borja Cevallos -dilecto amigo de años y compañero de un sinnúmero de jornadas políticas- a quien respeto y aprecio, habla de revolución en términos de lucha armada, cuando esta es en realidad, por lo que vemos, una de las herramientas que hace posible la toma del poder, pero no la única, al menos en los tiempos que corren.
Los pueblos latinoamericanos vivían, cincuenta años atrás, una democracia ficticia donde una minoría selectiva elegía a sus mandatarios, realidad que llevaba a otra: la decisión de buscar el poder mediante la lucha armada. Ernesto “Che” Guevara no eligió por casualidad a Bolivia, lo hizo convencido de la impotencia de un pueblo, que en tales circunstancias no tenía alternativa de llegar al poder que no fuera por la fuerza.
Circunstancia que ha variado sustancialmente en América Latina, que guarda relación con lo expresado por Hegel y Durkheim; y es, en ese contexto, que revolución en Ecuador existe, llámesela como se la llame. El cambio sustancial o revolucionario habido en este país, con todas sus imperfecciones, queda evidenciado cuando el poder fáctico se exacerba y se lanza a las más variadas aventuras que les devuelva el manejo de sus intereses.
La lucha armada es un medio en sí, como lo es el sufragio universal, porque el fin históricamente ha sido el cambio profundo que  entendemos por revolución.
Artículos sobre turismo del mismo autor haciendo clic en: turismo y recreación